Es una frase que de vez en
cuando se oye en diferentes foros. Lo puede escuchar el profesorado, los
profesionales de la psicología, el personal sanitario, el vecindario… No es fácil
decirla, ni escucharla.
¿Por
qué una madre o un padre dice esta frase?
En primer lugar, es una
respuesta a un comentario recibido, y que no suele gustar. Un comentario de una
amistad, un familiar, un profesional,
sobre cómo ha podido afrontar ese adulto una situación determinada con
su hij@. Esa persona se siente ofendida, y reacciona con cierto nivel de ira
(interpreta que no es justo lo que están diciendo, o cómo se lo están diciendo).
Por eso cada vez cuesta más hacer comentarios de este tipo, ya que a nadie
tampoco le gusta que le digan a mi nadie…
En segundo lugar, aparece la
autosuficiencia. Creen que la educación de los hij@s sólo la pueden hacer los
padres y madres, y con ello desautorizan a otras figuras educativas
imprescindibles para el desarrollo de los niñ@s, como los abuel@s, las
amistades o el profesorado. No existe la corresponsabilidad educativa. Por
ello, cualquier fuente de información que discrepe de su planteamiento educativo
es desacreditada, no se tiene en cuenta.
Y en tercer lugar, puede ser
un mecanismo de defensa, una evitación. No se quiere afrontar una realidad que para
otras personas no está funcionando. Puede ser una dificultad a admitir errores,
de aceptar limitaciones, de buscar la perfección, de huir de críticas, de miedo
a sentirte evaluado, de experiencias previas aversivas.
Ventajas
de decir esta frase:
Ninguna. Si me dicen que a
la tortilla de patatas en lugar de cebolla eche calabacín, y yo digo “a mí nadie me tiene que decir que echar a la
tortilla de patatas”, pues no la pruebo y nunca sabré si era cierto o no. Es
mejor cambiar, probar y decidir. Y luego yo decido lo que yo considero deseable
(le añado calabacín si me ha gustado y si no, no). Si las estrategias que
utilizo para manejar un conflicto no me funcionan, insistir en lo que no
funciona no aporta ninguna ventaja. Busco cambios e intento aplicarlos (a no ser
que me digan que eche lejía a la tortilla o que me obliguen a echar calabacín).
¿Quién
suele decirla?
Puede ocurrir que ambos
miembros de la pareja estén de acuerdo con esta frase. Este tipo de familias no
suele acudir a terapia psicológica (a no ser que lo dictamine un juez). Es más
habitual que aparezca una pareja dónde sólo un miembro de la pareja esté de
acuerdo con esa frase (suele ser el varón).
¿Cómo
actuar desde el plano terapéutico?
Con mucho respeto. Evitando
las instrucciones, las valoraciones, las recomendaciones. Intentando entender
su postura, realzando sus fortalezas, y poco a poco ponerles encima de la mesa
otro modelo para que experimenten. La terapia no es decirles lo que tiene que
hacer, sino hacer que decidan los padres, que sean ellos los protagonistas de
su aprendizaje y cambio, que detecten sus contradicciones, bloqueos y sus resistencias
al cambio. Esto es posible… y muy enriquecedor.
El proyecto Familias
Inteligentes en las terapias intenta ayudar a las familias a que:
- Busquen
y promuevan los cambios, el avance. Sean curiosas, ambiciosas, les guste
descubrir nuevas cosas.
- Se
lleven bien con informaciones hetereogéneas, con nuevas realidades, retos y
oportunidades. Sepan indagar, elegir, seleccionar lo pertinente, lo idóneo para
la educación de sus hij@s.
-
Admitan
otros criterios, escuchen, compartan, no tengan miedo a decir “no lo tengo
claro”, “creo que me he confundido”. Cambiar de opinión no es un signo de
debilidad, sino de inteligencia.
-
Sepan
que educar es un continuo reajuste mutuo y que no siempre usamos las
herramientas adecuadas.
-
Acepten
lo diferente, la pluralidad de ideas, el enriquecerse de las vivencias con
otras personas.
-
Deleguen
responsabilidades en otros contextos educativos, construyendo puentes con la
familia extensa, el centro escolar, el vecindario…
-
Sustituyan
la frase “a mí nadie me tiene que decir cómo educar a mi hijo” por “decidme cualquier
cosa que penséis me puede ser útil para educar mejor”.