Este blog contiene textos dedicados a las familias, a los padres y madres para que eduquen con buenas prácticas. Tiene dos enfoques que se complementan: el psicológico y el jurídico. Está escrito por dos grandes profesionales y amigos. Antonio Lafuente y Antonio Ortuño. Esperamos que os sea útil.

miércoles, 8 de octubre de 2014

Educando el cerebro infantil

Es un hecho indiscutible que cualquier padre o madre ha querido “meterse” en la cabeza de su hijo para comprobar lo que está pensando o sintiendo, o para intentar moldear, cambiar o entender algún pensamiento o emoción. Para ello, es algo común el intentar averiguar qué forma de educar es la más idónea para estimular el cerebro de sus hijos, para que sean inteligentes, sepan tomar decisiones y gestionar los conflictos, o aprendan a controlar las emociones, entre otras cosas. Vamos a aportar algunas ideas para relacionar algunas competencias parentales con el desarrollo cerebral de los niños:
1.- Un cerebro es lo que somos. Y somos, entre otras cosas, lo que hacemos y sentimos. Y lo que hacemos, normalmente,  lo decidimos. O sea, que podríamos decir que los indicadores de si un cerebro está funcionando bien son sus productos: las decisiones. El cerebro necesita entrenamiento. Y oportunidades para desarrollarse. Una buena competencia parental es ofertar esas oportunidades. Por eso, lo que puedan decidir los hijos, que lo hagan.
2.- Un bebé no puede dirigir su cerebro por sí mismo. Su cerebro le dirige. Por eso, necesita otros cerebros externos que le ayuden a aprender a dirigirlo. Es decir, necesita unas pautas educativas adecuadas que delimiten lo que pueden decidir y lo que no pueden decidir. Necesita unos cuidadores que le guíen, que confíen, que se adapten a su ritmo evolutivo, que estructuren su aprendizaje. Muchos trastornos de personalidad, las esquizofrenias, las dependencias sociales, trastornos disociales… tienen como factor común que durante la etapa infantil ese cerebro no fue cuidado ni educado adecuadamente.
3.- La inteligencia es un concepto ampliamente utilizado, abordado desde muchas disciplinas, perspectivas e intereses. Se puede definir la inteligencia como la capacidad de utilizar de forma adecuada la información procesada para resolver una determinada situación y poder adaptarse a los cambios que irremediablemente se van a producir. La etimología de la palabra es de origen latino inteligere, compuesta de intus (entre) y legere (escoger). Ser inteligente, entre otras cosas, es saber elegir la mejor opción para resolver un problema en un contexto determinado. Es anticiparse, es saber predecir, es adaptarse a las circunstancias del medio,  es saber tomar decisiones. En definitiva, es saber dirigir la conducta para resolver los problemas que afectan a la supervivencia y al bienestar. Un bebé no nace inteligente, pero tiene un mecanismo maravilloso para serlo. Una competencia parental predecible y coherente desde que son pequeños fortalece la capacidad de adaptación de los hijos a los diferentes contextos en los que van a tener que desenvolverse.

4.- Para ser inteligente, para poder tomar decisiones, es necesario que nuestro cerebro ejerza una serie de funciones, que se denominan ejecutivas. Funciones ejecutivas son: establecer metas, diseñar planes, seguir secuencias, seleccionar conductas apropiadas, monitorizar tareas, iniciar las actividades,  autorregular el comportamiento y las emociones. Para esto hace falta atención, control inhibitorio, memoria de trabajo, lenguaje interno, planificación…. También es necesario motivaciones, deseos, emociones que empujen a tomar decisiones responsables. Y esto precisa de un contexto familiar rico en experiencias de aprendizaje, una competencia parental que estimule esas funciones ejecutivas. ¿Quién diseña los planes en la familia? ¿Cómo y quién los lleva a cabo? ¿Quién y cómo se decide? ¿Se propicia el desarrollo  del lenguaje interno de los niños/as? ¿Quién está motivado para iniciar las actividades? ¿Cómo enseñamos a inhibir conductas inadecuadas o a manejar las emociones?

5.- Los estudios publicados en la literatura apuntan a la importancia de los tres primeros años de vida para el posterior desarrollo sano del cerebro. También hay estudios que concluyen que aunque se hayan tenido experiencias educativas inadecuadas, propiciando contextos educativos plagados de amor incondicional y control respetuoso los niños/as salen adelante. Un dato para la esperanza.
En resumen, es necesario que los padres y madres proporcionen a sus hijos/as situaciones a resolver, ofertando alternativas con sus consecuencias para que el cerebro infantil pueda tomar decisiones, pueda anticipar, pueda imaginar el futuro. Es la mejor manera para que madure. La educación consiste, entre otras cosas, hacer que funcione ese engranaje. Es enseñar a nuestros hijos/as a diseñar su propio cerebro. Tenemos que ayudarles a organizar temporalmente su pensamiento, su lenguaje, sus emociones y su conducta para que aprendan a resolver sus problemas tanto internos (sus representaciones mentales donde las emociones juegan un gran papel) como externos (relaciones con las demás personas).

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Antonio Ortuño Terriza
Psicólogo Clínico Infantil Col nº 10.179 M

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