La provocación de los hijos suele planear
por todas las fases evolutivas, especialmente en la adolescencia. No tiene
edad, aunque según crecen, son más hábiles para buscar las debilidades adultas
La provocación no es un problema, es un intento desesperado del hijo por
resolver los problemas, por situarse en el mundo, para encontrar seguridad y
credibilidad en sus padres. La provocación es síntoma de vida. Es un mensaje
que no se ha escuchado previamente y que se tiene que escuchar, una petición de
cambio que se debe traducir.
Cuando reina la inseguridad, las
provocaciones son el grito de libertad de los niños y adolescentes para la
búsqueda de su propia identidad. Son interpretaciones de que algo es injusto,
señales de que algo se está haciendo mal, ¡pero los padres primero! Una
rabieta, un estallido de ira, tiene unos antecedentes. Hay que preguntarse:
¿Qué ha pasado antes? ¿Por qué se ha iniciado la discusión? La mayoría de las
veces los comienzos de las grandes discusiones suelen ser pequeñas “chorradas”.
Indagando en los previos de las provocaciones se puede identificar errores,
prevenir futuros conflictos, gestionar problemas, aprender a tomar nuevas
decisiones.
Aquí se ponen en juego las habilidades de
los padres y madres para manejar esas provocaciones. Alguna recomendación:
1.- Hay que llevarse bien con la
provocación, esperándola, incluso dándole la bienvenida. No nos fijemos en los
hijos, fijémonos en que hemos hecho o dicho antes.
2.- Saber identificar el tipo de
provocación: los silencios, el hacer la pelota, las faltas de respeto…
3.- Descifrar el código, el mensaje oculto
de la provocación, analizando esa semilla de la ira. ¿Qué puede haber
interpretado mi hijo como injusto?
4.- Entender la emoción asociada a la
provocación, pero sin entrar al trapo, sin dedicar un segundo a razonar las
provocaciones, si se ha sido coherente y amable previamente.
En la provocación, los niños y
adolescentes comunican a su manera que existen, que se les tengan en cuenta,
que quieren ser relevantes. Se niegan cuando piensan que pueden decidir y no se
les deja. La negación no cuesta esfuerzo, es una forma de significarse sin
esfuerzo. A lo que me digas, te digo que “no”. El que propone piensa,
reflexiona. El que dice “no”, apenas lo hace. Y ambos consiguen el mismo
protagonismo. Conforme crecen, además, aparece la falsa oposición, que
desespera a todos los padres del planeta. Consiste en lo siguiente: el niño se
apoya en una distorsión (extraída de alguna contradicción adulta entre lo
pensado, dicho y hecho), en una interpretación errónea (pero que le viene al
pelo para conseguir sus objetivos) del argumento esgrimido por los adultos, en
algo que no han dicho, pero que él dice que han dicho.
En definitiva, en el mundo adolescente hay
que respetar sus momentos de ambivalencia: ellos quieren más libertad,
pero a la vez la temen. El que provoquen es normal. Las provocaciones de
los hijos son como las olas del mar. Cada ola tiene una altura, una duración, y
el mar tiene su frecuencia de olas. Cada provocación tiene su intensidad, su
duración, y en cada familia hay una frecuencia En educación no existen las
piscinas. Los hijos que provocan son un indicador de fallos en las decisiones
de sus padres. En cualquier entrenamiento, en cualquier aprendizaje, se cometen
errores que se han de trabajar en el proceso de cambio, para reducir ese
oleaje. ¡Y este oleaje comienza antes de sus dos años!
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